domingo, 27 de abril de 2014

Chispas en los números

Lo noto, lo siento.

Entro en la habitación y ya oigo su dulce canto, llamándome, poseyéndome. Sus órdenes son claras, su voluntad, férrea, mi resistencia, pasiva y nula.
 ¿La pelirroja? ¿O la peliazul? ¿O tal vez escojo a mi vieja plateada, con polvo en la sien, pero clásica y adusta? No, escojo a la pelirroja. Algo por dentro me dice que necesito fuego, rabia, pasión, intensidad. La peliazul la dejo para ocasiones más profundas, más contemplativas.

La desnudo y la preparo. Unas caricias, le saco unos temblorosos sonidos. Está nerviosa, hace demasiado que no lo hacemos. Le recorro las curvas con la mirada, la deseo, quiero tenerla entre mis manos, pegada a mi cuerpo. Ambos nos vamos acostumbrando al otro, yo a su cuello, ella a mis dedos. Empezamos a sentirnos uno sólo. Aprieto las llaves adecuadas y la saco un suspiro que conmovería al propio Hades. Está receptiva, lo noto a través de sus gritos mudos.

Estamos listos para comenzar el baile mágico, y nos conectamos. Comienzo a acariciarla suavemente pero con firmeza. Ni fuerte, ni flojo, tal y como a ella la gusta. Tanto tiempo juntos me permite saber la presión exacta en el lugar exacto. Ambos disfrutamos. Estamos tímidos, pero ambos queremos más y más.

Ella me lo pide, y yo lo hago. Pulso el botón necesario y suelta un gemido ensordecedor. Le gusta. Me gusta. Nos sumergimos en un baile frenético, rápido y a la vez lento, tierno pero duro, separados pero juntos en la misma melodía, unidos por algo tan ancestral y mítico que las palabras mueren al salir de la boca al intentar explicarlo.

Entonces hacemos una pausa. Queremos bajar la intensidad, pero me pide que la ate. Cojo la correa y se la pongo al cuello. No quiero lastimarla, aprieto lo justo. Ahora gime distinto. Nos adaptamos ambos rápidamente, lo hemos hecho otras veces.
Imitamos algo que vimos en internet, y está bien pero no nos llena, sólo nos calienta más.

Entonces decidimos hacer aquello que inventamos juntos, ella y yo, yo y ella. Temblamos, vibramos, estamos muriendo por hacerlo. Y comienza de nuevo nuestro baile maravilloso. Es único, es especial. Mis pelos están erizados, pinchan, casi. Ella no para de temblar y gemir. Yo la susurro al oído, la seduzco con mi voz. Me cuesta controlarme, ella me inunda y me atrapa. Pero la gusta, y enseguida se adapta a mi ritmo, a mi voz, a mis manos, a mis gestos. Sucumbimos ante el momento, nos dejamos llevar, mi mente se sumerge en una vorágine, no pienso en nada, no recuerdo nada, todo mi ser está puesto en ella, en hacerla disfrutar, en disfrutar con ella. Cada vez grita más fuerte, estamos llegando al clímax.

Y entonces llega. Todo explota en una amalgama de sensaciones, todo mi cuerpo tiembla, ella se desploma agotada del éxtasis. Y nos quedamos callados, pegados, cuerpo con cuerpo, disfrutando lo que acaba de pasar. Mi respiración se vuelve lenta y pesada, cierro los ojos, y todavía puedo escuchar cómo se le escapan los suspiros.

Moriría por su suspiro. Y vivo cada vez que lo escucho.

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